Zacatecas ante la modernización
17 julio, 2018
Reseña del libro de Hernández Sampieri, Roberto et al. (2007). Fundamentos de Metodología de la Investigación. 5ª edición. México D.F. Mc Graw Hill
17 agosto, 2018

​El día que voló el Caballito de Ortega

Héctor Contreras Betancourt

Cierto día “El caballito de Ortega” se aburrió de estar parado en un solo pié sobre un pedestal de labrada cantera rosa, en lo alto del parque “Sierra de Álica”. Desde sus alturas parecía el Guardián del Parque. Del hermoso parque lleno de flores, sauces, cedros, álamos blancos, pasto verde, fuentes cantarinas y bailarinas, de puentes hechizos, además de arroyuelos cantores.

--Ya llevo aquí 58 años. ¡Son demasiados! Y precisamente se cumplen este quince de mayo del año 2015, el mero día del maestro. No recuerdo bien si aquí en donde estoy me vine caminando o trotando o ¿me vine volando? A este lugar que es más hermoso que el otro en donde estaba. Aunque aquél también estaba bonito, pero éste me gusta más. ¿Cuánto permanecí en el otro lugar? ¡Ah sí! Estuve 59 años. ¿Pero entonces cuantos años llevo parado en un solo pié? ¡117 años! Son muchos.

Tratando de recordar cómo llegó a donde estaba le dio envidia ver que muchos turistas nacionales y extranjeros recorrían embelesados las calles de la hermosa ciudad de Zacatecas. Y él, que había nacido aquí en la ciudad de Zacatecas, y que él, a pesar de sus muchos años, se sentía un caballo brioso, fuerte y ligero, no podía disfrutar de los hermosos lugares que tiene la bizarra capital. Si tan siquiera pudiera ir a visitar a la yegua “Siete Leguas” que monta el general Francisco Villa y que está en el cerro de “La Bufa” y platicar con “Turena” el caballo que monta el general Felipe Ángeles, además con el que monta el general Pánfilo Natera. ¿Cómo lo aguantará si es el caballo más pequeño y el general Natera es el más alto de los generales? sólo mide dos metros y medio de estatura.

Quiso volar, pero no pudo porque no tenía alas y con el tremendo esfuerzo que hizo para emprender el vuelo sólo quedó ladeado, ¡a punto de caer!, antes no dañó el hermoso pedestal de cantera; con el rechinido del metal de que está hecho unos tordos que tienen su casa en un frondoso pirul, que está en una orilla del parque, se espantaron y volaron despavoridos. Vieron la estatua ladeada y fueron a preguntarle qué le pasaba.

--- Quise volar --- les dijo. Y los tordos se carcajearon.
--- No se burlen ya otro día casi volé.
--¿Cómo está eso dijeron los tordos, los caballos no vuelan? No seas mentiroso.
-- ¡Claro que sí dijo el caballito! Desde hace miles de años hay caballos que tienen alas y remontan las alturas.
--Sí pero tú no tienes. Ni siquiera tienes plumas.
--Cierto pero yo no siempre he estado aquí.
--¿Entonces de dónde te viniste?
--Antes estuve en donde está ahora la Fuente de los Faroles que a un señor que quería mucho a la ciudad se le ocurrió construir y yo tuve que venirme al parque. Aquí estoy más agusto. No les echo mentiras, vean la foto del lugar donde antes estuve. Aquí está:

Al ver la fotografía antigua los tordos empezaron a creerle al Caballito de Ortega.

--Sólo que a pesar de tener ya 117 años de edad no conozco la ciudad y de tanto que mis pies han estado inmovilizados cuidando el Parque ya no me sirven para caminar como yo quisiera aunque pese a mi avanzada edad yo me siento muy bien, como si los años no pasaran por mí.
--Pero ¿Entonces cómo le vas a hacer para recorrer la ciudad si tus pies ya no te sirven.

---Pues por eso quiero volar.

Entonces dijo otro tordo. ---- Cada uno de nosotros hay que prestarle las plumas más grandes de nuestras alas. Todos estuvieron de acuerdo. Con su saliva se las pegaron y así el caballito tuvo dos grandes alas negras y empezó a volar. El limpio aire de la ciudad fortaleció su cuerpo.

El general Ortega se sentía feliz viendo la ciudad desde arriba. Pues con tantos años de estar montado en su caballo también se había aburrido de que nada más los paseantes lo vieran y él no pudiera visitar la ciudad estando en ella. Se sentía como preso en su propia casa. Siendo que a muchos de sus habitantes él los vio nacer, así como a gran parte de la ciudad cuando iba creciendo, porque han de saber que el caballito en una época estuvo a las orillas de esta población. En donde había zacate verde cuando llovía y amarillo en la seca, había también nopales con rojas tunas y grandes magueyes con las espinas cortas y largas puyas apuntando al cielo como pidiendo lluvia para refrescarse y crecer fuertes y dar a los hombres dulce aguamiel para que se refrescaran y nutrieran mejor.

Lloviera o no, el caballito nunca tuvo sed ni calor pues quedó muy cerca de un acueducto que le daba de beber y cuando hacía calor lo bañaba desde arriba, por lo cual el caballito siempre estaba muy agradecido. Y en ocasiones se repetía para sí siempre hay que ser agradecidos con los que a uno lo ayudan. ¿Pero adonde llevará el agua este acueducto?, pues le había preguntado pero el acueducto no se lo había querido decir por miedo de que el caballito invitara a otros caballos a beber agua y se la acabaran. Bueno dijo el caballito ahora que vuele lo averiguaré. Ya cuando andaban volando dijo el General.

__ ¡Mira un lago!
--- ¡Vayamos! Dijo el caballo.

Hacia allá se dirigieron y cayeron sobre una lancha. Los remeros huyeron espantados. Por poco y los aplastan. Unos patos blancos que andaban buscando mosquitos en el agua volaron despavoridos fuera del lago y contemplaron la escena desde las orillas sin entender lo que pasaba, pues sí habían visto caballitos ponis paseando niños alrededor del lago, pero nunca habían visto que un caballo con alas negras callera desde el aire. Simplemente no entendían lo que estaban viendo.

La lancha se hundió con el caballo arriba y navegó por debajo del agua. ¡Sí, como un extraño submarino nunca antes visto! Los peces que vieron esa extraña figura se alejaron asustados pero al ver que no les hacía nada se acercaron a ella. Algunos la besaron queriéndola comer pues en ese lago encuentran poca comida para ellos, no pudieron porque no tenían dientes y la figura estaba demasiado dura. Con los intentos de morderla y al rosarla sólo lograron cubrir al caballito con escamas plateadas quedando brilloso, del color de la plata y del oro. Al ver el caballito el notorio cambio de color verdoso opaco al plateado y amarillo deslumbrantes se sintió más contento y salió volando de abajo del agua, sacudiendo sus alas para que se secaran más pronto. Entonces se dio cuenta que no solo estaba aburrido de estar tantos años en el mismo lugar, sino por ser del mismo color habiendo tantos otros tan bonitos.

Los rayos de luz de la luna llena, que se retrataba en el agua, hacían que las escamas de los peces, que ahora tenía el caballo, despidieran destellos multicolores que variaban según la dirección que tomara el caballo. Se elevó y al oriente contemplaron un caballo encabritado de color marrón que hacía esfuerzos por dejar la punta de un cerro. Sólo que era enorme, como doscientas o trescientas veces más grande que el caballito. Probablemente también quería volar, pues ahí llevaba muchos más años que el caballito, pero muchos más. De tal manera que los habitantes de la ciudad no sabían cómo había llegado hasta ahí.

--- Vayamos a liberarlo para no andar tan solos nosotros en el aire --- Dijo el general Ortega.

Lo intentaron pero no pudieron porque, como ya les he dicho, era un enorme corcel de piedra pegado a un cerro que también cuidaba la ciudad, tal vez por eso el no quiso despegarse, celoso de su deber de eterno vigilante.

Se alejaron y vieron que una gran caja anaranjada, sin alas volaba, por encima de la ciudad y vieron que adentro de esa caja iban unos turistas. El caballito quiso entrar pero ya no pudo y mucho menos con el jinete en sus lomos, que por poquito y se cae con los movimientos que hizo el caballo para entrar a la mediana caja voladora la cual sin inmutarse siguió su rumbo. Logró mantenerse montado porque era un jinete de los mejores y porque el caballito se sentía el mejor amigo del jinete, tantos años de estar solos los habían unido en una amistad para siempre.

Al caer en un vuelo un tanto descontrolado pasaron por en medio de una hermosa torre de iglesia catedral espantando unas palomas que dormían tranquilamente y de paso haciendo tocar una campana que despertó a unos vecinos que se asomaron a las ventanas de sus dormitorios, alcanzaron ver una silueta de un jinete, pero como era frecuente que por ahí pasaran cabalgantes no le dieron importancia imaginando que era un jinete perdido o en busca de una novia.

El caballito se deslumbró con la hermosa fachada de la catedral, pero no entendió el significado de los adornos, pero pensó que adentro de la iglesia estaría más bonito que la fachada y como las puertas estaban entreabiertas entró, pero se decepcionó porque la encontró casi vacía y mejor se salió.

Era extraño, se sentía más agusto afuera, viendo las hermosas decoraciones de los edificios, que como su pedestal, eran también de cantera rosa, sobre todo le llamó la atención la variedad de los herrajes de los balcones y descubrió lo bien hechos que estaban construidos, pero sobretodo se dio cuenta que ninguno, de los muchos que habían en las calles era igual a otro, ¡no había dos iguales! – ¡Que maravilla! ¡Qué gran acuerdo de los artista herreros! Fabricar los herrajes de los edificios sin que uno a otro se parecieran.

Admirando los barandales fue a meterse a una disco que está debajo de la tierra, en lo profundo de lo que antes fue una productiva mina de oro, plata, zinc y cobre. Los oscuros socavones de pronto se vieron iluminados por una brillante luz que combinaba los destellos de piedras preciosas con luz artificial, porque allí en siglos no había entrado ni un rayo de sol, ni tampoco de luna, además de los hermosos reflejos que despedían las escamas del caballito.

Estos reflejos coloridos que llegaban y se metían por todos los recovecos de la mina despertaron a varios mineros fantasmas que decían que vivían allí porque se habían robado pepitas de oro y plata. Tanto les gustó el hermoso caballo que para verlo más bonito le pusieron pedazos de oro en los ojos, plata en las pezuñas, piedras preciosas en las crines y en las cola de tal manera que el caballito se vio más precioso.

En agradecimiento el caballito liberó a los mineros fantasmas sacándolos de las mina, pues contaba la leyenda que los mineros sólo podían ser libres si salían montados en un caballo. Si el caballito tenía 117 años de edad los mineros fantasmas, que eran como cincuenta, llevaban en la mina, debajo de la tierra cuatrocientos años. Y el general que años atrás había participado en liberar a su patria de una invasión extranjera, venciendo al que en ese entonces era el mejor ejército del mundo, le comentó al caballito que tantos años en la mina les habían servido a los mineros de cárcel, que ya habían pagado su delito de robo con creces, por lo tanto merecían la libertad.

--Si dijo el caballito si nosotros estamos aburridos estando al aire libre en el parque, imagínate estos fantasmas cómo sentirán con tantos años, debajo de la tierra. Antes no se los tragó y los desapreció para siempre.

Los mineros fantasmas liberados no sabían cómo había cambiado la ciudad, ni si todavía había minas en ella, ni si sus familiares todavía vivían o se habían convertido en fantasmas como ellos. Total eran libres de entrar y salir de la mina, de vivir en los cerros, en cualquier casa, sin que los dueños se dieran cuenta, nada más con que abandonaran las viviendas al amanecer, antes de que sus dueños despertaran. Total no robaban comida porque jamás les daba hambre, no robaban dinero porque ya no lo conocían, con tantos años debajo de la tierra se les había olvidado cómo era y si servía para comprar cosa alguna; no robaban ropa porque no usaban, ni sabían si esas prendas de vestir servían para presumir y hacer menos a otros.

Al contacto del aire, los mineros fantasmas, descubrieron que también éste era libre, que eran de los seres más libres, porque estaba en todos lados y podía ir a donde quisiera sin que nadie le dijera nada, porque él tampoco molestaba a nadie.

Bienvenidos a la libertad – Les dijo el aire. Yo nunca he sido esclavo de nada ni de nadie. Nací libre y seguiré siendo libre y ahora cuenten conmigo para que disfruten su recién adquirida y preciosa libertad, nunca más vuelvan a ser esclavos de nada ni de nadie. Sean siempre libres como yo lo soy.

El caballito terminó de sacar a los mineros fantasmas de la mina. Que también como el caballito podían volar, pero éstos a diferencia del caballito no ocupaban alas, se deslizaban en el aire o con las luz de las estrellas o de la luna, el aire y la luz les daban energías eran como sus motores, también podían montarse en las nubes. Sólo salían de noche como los vampiros, de día nadie sabía donde se escondían, pero la gente estaba tranquila. Además los fantasmas no hacían cosas malas ni de día ni de noche, aún así la gente no se arriesgaba a salir muy noche, nunca la ciudad estuvo tan tranquila desde que se aparecían los mineros fantasmas, eran los guardianes de la tranquilidad de la noche. Pues decía la leyenda que si descuidaban su tarea serían regresados a la mina subterránea y los encargados de regresarlos serían los caballos guardianes de la ciudad, por eso se esmeraban en cumplir su importante tarea. Esta era la entrada a la mina subterránea, a los lados y en fondo que nadie conocía, porque les daba miedo entrar, vivían los mineros fantasmas.

Pero Ya era de noche y jinete y caballo tenían hambre y sed, pues de tanto sacar mineros y de haber volado por la ciudad estaban cansados. Los destellos de la luna no les impidieron ver y oler donde había cerveza y de tanta que tomaron se emborracharon. No sin antes batallar con el cantinero que no les quería servir, porque les aclaró que ese no era un bar donde pudieran entrar caballos y menos, les dijo, estaba enterado de que los caballos tomaran cerveza. El caballito casi se sintió ofendido ante las afirmaciones del cantinero. Tuvo que explicarle las dificultades de su aburrida existencia y la misión que ahora tenía como guardián de la ciudad más el beneficio que había hecho a ésta con la vigilancia de los mineros fantasmas.

En cuanto a si los caballos tomaban cerveza le aclaró – Dese una vuelta por la Feria de Jerez donde en ocasiones se emborrachan caballo y jinete, desde luego dijo el caballito, yo no estoy de acuerdo en que eso suceda, me inclino más por la sana diversión y por pasear a caballo a las muchachas bonitas. Lo anterior conmovió al cantinero y por fin les sirvió lo que le pedían.

De pronto se escuchó un grito ronco, quejumbroso, que retumbó en las paredes de la mina y dijo: ¡ESE DEL CABALLITOOOOOO, REGRESE LA PILA DE PLATA QUE SE ROBÓ DE LA PARROQUIAAAAAA, AHÍ YO FUI BAUTIZADOOOOO.... Y ALMA SEGUIRÁ EN PENA HASTA QUE VUELVA A SU SITIO LA PILA BENDITAAAAAAAA….! Salieron volando, despavoridos, más el jinete que el caballo, ante el sorpresivo e inesperado reclamo. El caballito todavía guarda la duda de si en sus lomos carga a un ratero de arte sacro. No le ha querido preguntar al jinete sobre el asunto por temor a que su disgusto fuera tan grande que esto provocara que se baje de sus lomos y se quede solo el caballo. ¿Qué otro por más honrado que sea, pensaba el caballito, va aguantar tanto tiempo haciéndome compañía? Además este cabalgante si algo robó creo que ya lo pago con tantos años de ser guardián de la ciudad.

Salieron del bar y se fueron rumbo a la Zacatecana, era de madrugada y vieron como de una laguna salían resplandores amarillos blanquecinos, rojos de piedra marrón y tierra marrón, otros más blancos y brillosos que despedían unas como perlas que en el aire se deshacían formando infinidad de esferas pequeñas de muy bellos y variados colores. Otros tonos que salían de la laguna eran grises, pero muy tenues, como el color de la concha nácar, eran a la vez atractivos y encantadores, de tal manera que nadie que los viera por primera, segunda o tercera vez podías ser indiferente a su atractivo color. También había verdes subidos, todo esto mezclado con el resplandor de los últimos rayos de la luz de algunas estrellas, que como el caballito había decidido desvelarse y desmañanarse. Todo esto se hermoseaba con los primeros rayos del sol que en forma horizontal formaban una mezcla de colores formando un enorme caleidoscopio de colores que rebasa los límites del agua de la laguna, que según fuera el lado que el caballito contemplara este castillo luminoso cambiaba la tonalidad de los colores, y las figuras que formaban, pues en ocasiones semejaban un arcoíris invertido que en vez de nacer de las nubes nacía del vapor de la laguna, el caballito se divertía con eso, fue uno de los momentos más felices de su existencia, por lo asombroso y lo hermoso del espectáculo. Y pensó, si esto se lo contara a algunos hombres u otros caballos o a otros animales, no lo creerían y nos tirarían a locos por eso le dijo al general Ortega que guardara el secreto y éste que sabía de guardar secretos estuvo de acuerdo. Pero no se aguantó la curiosidad de investigar por qué de la laguna salían esos atractivos resplandores y le propuso al caballito meterse al remolino colorido y llegar hasta el fondo de la laguna.

Sólo que unos tordos ya los seguían, los divisaron a lo lejos, eran inconfundibles y les dijeron: --- ¿A dónde van? Regresen al parque “Sierra de Álica” que la ciudad no puede ser sin ustedes. Además andan borrachos y hay dispositivos alcoholímetro y los pueden encarcelar y la ciudad de Zacatecas se quedaría unos días sin ustedes. Además los tordos no podemos volar bien porque les prestamos las plumas de nuestras alas y solo andamos en el suelo buscando gusanos, sin poder volar a nuestros nidos. Por lo cual pasamos frío.

--- Pero si yo ando volando y los agentes del alcoholímetro no vuelan y si lo hacen no pueden alcanzarnos---. Repuso el caballito.

--- La tecnología está muy avanzada--- Argumentó un tordo.

Ante la negativa de la estatua voladora de regresar a su lugar, los tordos se enojaron y con sus picos le quitaron las plumas que le habían prestado y la colocaron nuevamente en el pedestal. En la tarea participaron diez mil pájaros. Desde entonces ya no se mueve la estatua y para que descansara lo plantaron en dos pies como permanece hasta la fecha. Yo no sé si vuelva a volar. Porque al caballito si le quedaron ganas de elevarse por los aires entre otras cosas para investigar los misteriosos y atractivos colores de la laguna misteriosa. Así como a donde iba el agua el acueducto que en ocasiones lo bañaba. Dicen que ahora se ve su sombra en las noches por el cerro de La Bufa. Y que algunos pintores lo han dibujado sin darse cuenta de que se trata del caballito de Ortega. El sí lo sabe y cuando lo pintan o lo fotografían los turistas siente que es otra forma de volar y está siempre contento, más se alegra cuando ve pasar cabalgatas hacia el cerro de La Bufa o cuando muchos y buenos caballos caminan elegantes en los desfiles. Cuando eso sucede el caballito también se alegra.

 
Estos son los otros caballos que visitó el Caballito de Ortega. Pueden observar como el caballo del general Pánfilo Natera, que está a la izquierda es el más pequeño de los tres. También pueden notar que a diferencia de los que mucha gente cree, la cabalgadura del General Francisco Villa no es un caballo sino una yegua. Si tienen alguna duda pueden ir a verlo de cerca al Cerro de la Bufa.
 

Deja un comentario

Si te gustó la investigación, compártela en Facebook, Twitter, etc.