La liturgia católica exige un espacio para su celebración, un lugar digno de sus ritos comunitarios y además de significaciones personales. Al lado de las grandes catedrales se han desarrollado por casi dos milenios capillas pequeñas más afines al espíritu paleocristiano que en las catacumbas de la antigua Roma afinó las partes del ritual y agregó significantes a cada una, siempre sujetas al espacio en que se desarrollaba toda la actividad del culto.