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Capilla poliédrica de la Clínica de Guadalupe: Aguascalientes, México

J. Jesús López García

Introducción

La liturgia católica exige un espacio para su celebración, un lugar digno de sus ritos comunitarios y además de significaciones personales. Al lado de las grandes catedrales se han desarrollado por casi dos milenios capillas pequeñas más afines al espíritu paleocristiano que en las catacumbas de la antigua Roma afinó las partes del ritual y agregó significantes a cada una, siempre sujetas al espacio en que se desarrollaba toda la actividad del culto.

De entre las capillas pequeñas, algunas de gran peso para la historia universal de la arquitectura como la carolingia Palatina de Aquisgrán, o las renacentistas de los Pazi en Florencia o la de San Pietro in Montorio de Bramante, surgen algunas enclavadas dentro de los muros de conventos y monasterios para favorecer una manera de experimentar la devoción bajo el signo de una introspección más particular.

Siguiendo los lineamientos programáticos de la liturgia general, esas capillas en ocasiones se establecían con espacios inéditos: cámaras para el uso exclusivo de un particular, altares de configuración irregular, acondicionamiento del espacio para cierta reliquia especial o para un uso muy específico como los camarines dedicados al cambio de atuendo, joyas y atributos de alguna imagen.

Ciertas de esas iglesias intramuros servía como parte del programa de apoyo de una actividad principal dentro de un complejo arquitectónico como los castillos, los hospitales, las escuelas o las universidades.

En Aguascalientes, México, existen varias capillas dentro de diversas instituciones, tal el caso del templo en el Asilo de Ancianos (1955), la Capilla Mayor del Seminario Diocesano (1962), el templo del Hogar de la Niña “Casimira Arteaga” (1974) y la Capilla de la Clínica de Guadalupe (1969).

En el caso de ésta última, lo poliédrico del adjetivo obedece a sus formas geométricas que aun siguiendo las pautas de la linealidad de la nave cristiana tradicional, posee una composición eminentemente sujeta a la experimentación formal de la Escuela Moderna de arquitectura, situación que en esencia contraria a la espiritualidad tradicional, es un fenómeno que en América Latina tuvo un gran vigor en la medianía del siglo pasado. Arquitectos como Oscar Niemeyer en Brasil o Félix Candela en México, apreciaron en las exigencias del ritual cristiano un enorme potencial para ensayar soluciones estructurales y ordenamientos de formas inéditos para el género arquitectónico católico.

El arquitecto Francisco Aguayo Mora en Aguascalientes es parte de esa manera de hacer converger la tradición devocional y la experimentación moderna en un pequeño edificio dedicado al culto católico en una clínica establecida también en la ciudad acalitana como pionera de los espacios de salud modernos.

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Esta capilla poliédrica en sus acotadas dimensiones proporciona esa multiplicidad de facetas que surgen en la unión de lo antiguo y lo nuevo, el canon y la revolución de los estilos, de la tradición grave y la innovación desenfadada.

1. Los espacios de la introspección espiritual

La espiritualidad es un rasgo humano que se manifiesta como principio de civilización: el disponer de un lugar donde dejar a los muertos, marcar un sitio que puede significar algo a una comunidad y a la vez le represente entre otras comunidades, es a un tiempo característico del sentido de trascendencia metafísica y de fijar residencia en un lugar, inicio del desarrollo de la ciudad.

La espiritualidad es introspectiva por naturaleza de ahí que tener en cuenta la relación entre deidad y el hombre viene entre dos entidades particulares sin intromisión inicial de instituciones u otros individuos.

La experiencia de la espiritualidad es un fenómeno manifestado primordialmente en la individualidad pero reforzado y potenciado enormemente por la participación de la comunidad. No es casual que las palabras «comunión» y «comunidad» tengan la misma raíz etimológica.

Debido a esa dualidad de sentido –entre lo individual y lo comunitario-, los espacios de la espiritualidad pueden presentar representaciones diferentes para el mismo fenómeno de la búsqueda de relación del ser humano con un ser supremo. La introspección resultante puede ir de lo demasiado libre e informal a lo organizado, de lo consuetudinario a lo regulado.

Los antiguos romanos poseían una religión formal administrada por una clase sacerdotal que controlaba y sancionaba el culto. Los templos que servían a ese fin eran pequeños, similares a los templos in antis de la Grecia Arcaica. No destacaban mucho en el conjunto arquitectónico de los foros en que se encontraban, dominado por la presencia de las basílicas utilizadas para fines legales y administrativos. Ejemplo magistral es el templo consagrado al culto imperial y dedicado a Lucio César y Cayo, nietos de Augusto la “…Maison Carrée de Nimes, en el sur de Francia…[cuyo]…profundo porche de entrada tiene tres vanos laterales entre columnas, a los que siguen semi-columnas alrededor de toda la nave central…La totalidad del edificio es impecable y poco emocionante; es un ejemplo de la arquitectura de Augusto, monumental y limitada por las convenciones del orden corintio.”1

Fig. 1. Interior de la nave de la capilla de la Clínica de Guadalupe- Su nave única aloja dos deambulatorios laterales que dan la sensación de ordenarse en una planta basilical. Lo elaborado de la geometría de elementos portantes y cubiertas, que permiten la inserción de vitrales, tiene su contrapunto en la sencillez del presbiterio. Fuente: J. Jesús López García.

La religión de Estado representaba una parte muy importante para la gravitas romana y para su vinculación cultural e histórica con la sofisticación intelectual de la cultura helénica más, para los habitantes de Roma, su verdadera vinculación cosmológica con la trascendencia metafísica, se reservaba a los penates, a los lares –dioses menores protectores de las despensas y del hogar- y a los manes, espíritus de los antepasados, cuidadores de la familia.

La dualidad entre culto público regulado y el privado no supone necesariamente un antagonismo; por el contrario, ambas modalidades de veneración se refuerzan y aun teniendo en Occidente el precedente precristiano se sigue cultivando todavía: de la liturgia de la misa a la oración personal del Rosario, no hay ninguna contradicción.

Los espacios de la introspección espiritual por tanto pueden ser recintos planeados como tales, de resonancias domésticas o peso urbanístico, o bien, acondicionando un sitio para otorgarle significación a partir de consagrarle a tal ejercicio. Es sabido que en su casa de Tacubaya, el arquitecto Luis Barragán, devoto católico, vestía de vez en cuando el hábito franciscano y subía a la azotea–patio para meditar, rezar o simplemente estar en comunión con la materia de su arquitectura, el cielo y las frondas de los árboles vecinos.


2. Los espacios de la Liturgia Católica

La liturgia católica cargada de significantes y símbolos funciona como una experiencia de congregación. A la introspección privada precristiana, el catolicismo antepone un catecismo que acatar, y ya con él a la vista se sucede la libertad para celebrarle en público o en privado.

Los primeros cristianos, perseguidos por el Estado romano, destinaron para la liturgia los espacios más sombríos y apartados, las catacumbas de la ciudad de Roma. Primero, hay que asentar que el culto cristiano creció gracias a su connotación congregacional y por tanto urbana en oposición al paganismo que se refería al «pagus», que fue considerado como un ámbito rural –el «pagus» realmente era una demarcación territorial catastral-, sujeto a las tradiciones ancestrales como las de la veneración y adoración de penates, lares y manes.

Evitando la captura o la persecución, los primeros cristianos debieron elegir esos depósitos fúnebres como recordatorio emblemático de una vida mejor después de la muerte, razón simbólica pero a la vez, por su funcionalidad práctica de retiro de la vista pública y por aprovechar aisladas encrucijadas y cámaras lo suficientemente espaciosas para alojar un número de concelebrantes –tal vez unos quince o veinte- que a la luz del día en un espacio urbano cotidiano, hubiese sido un campo abierto para su aprensión fácil.

La celebración de la misa en las catacumbas debió ser además de clandestina, una operación de logística en que la vida o la muerte eran echadas a suerte en cada sesión. La manera de acceder debió ser por puntos diversos, convergiendo en un sitio específico del entramado fúnebre; mesa para el altar, cálices y demás instrumentos, portados por los catecúmenos tratando de no llamar la atención, todo ello fácil de montar y desmontar.

Al acceder con Constantino la devoción católica a ser la religión de Estado, la pobreza y clandestinidad de la misa cambió por el contrario: su manifestación pública y tácita. Para ello debía apropiarse de los espacios romanos representativos del statu quo latino; lo más natural hubiese sido tomar los templos ya construidos, más ellos eran insuficientes pues pragmáticos como eran los romanos, su religión precristiana no ocupaba un lugar destacado en la manera de organizar su comunidad. La basílica desde donde se apoyaba la procuración del Derecho por tanto, accedió a ser el edificio idóneo.

La basílica además poseía las dimensiones y la configuración necesarias para alojar a una asamblea grande de nuevos cristianos, sus naves adosadas podían facilitar además la celebración de una misa comunitaria y permitir a peregrinos, penitentes o devotos en su propia experiencia religiosa, circular de manera perimetral a la celebración mayor y poseer una parcela de individualidad en un acontecer colectivo

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A partir de la basílica, las naves de los templos cristianos fueron adaptando nuevas configuraciones como el transepto, la cúpula que cobijaba al presbiterio o bien, le separaba virtualmente de la asamblea. Plantas de cruz latina y cruz griega eran tan grandes que se requirió el retablo para servir de soporte visual al presbiterio y las fachadas de los edificios fueron tratados de manera que la experiencia litúrgica pudiese ver en ellos un orden compositivo que continuase arquitectónicamente al sentido de la palabra escrita, y a la que sólo una minoría podía acceder. Esto que era ya una tradición antigua, en el mundo cristiano llenó de alusiones, símbolos y representaciones las fachadas que al ser «legibles» como un libro fueron llamadas «portadas».

Las portadas de las iglesias se trataron con la «prosodia» de cada tiempo. Los gruesos muros románicos, recargados en contrafuertes favorecieron la pintura mural; la esbelta estructura gótica con base en arcos apuntados y haces de columnas recurrieron al vidrio como medio de expresión de la cosmovisión metafísica cristiana. La racionalidad renacentista atendió y ordenó a los cánones de la antigüedad conforme a la sensibilidad moderna naciente y por su parte, el manierismo y el barroco volvieron a traer la catarsis de la forma como principal medio de expresión. Para ese momento -siglo XVII- la revolución que comportaba la invención de la imprenta haciendo asequible a cada vez mayor población la lectura directa. Esa manera de involucrarse de forma más visual propia del mundo moderno es una característica detonada por la agudeza de la observación científica. Así comienza la revolución del ojo como lo menciona Leonardo Benévolo “La perspectiva renacentista, en el paso del mundo cerrado de la tradición antigua al mundo abierto de la ciencia moderna.”2

La manera de ver condiciona y transforma la percepción de la realidad pues la “…perspectiva renacentista es un método para representar, dominar y…modificar el espacio físico. Aplicando nuestros conceptos, puede ser connotada además con el adjetivo «científico» y con el adjetivo «artístico», que la cultura renacentista no considera alternativos; el primero subraya la objetividad del planteamiento, y el segundo su intención operativa. El espacio de la perspectiva representado por los artistas del siglo XV anuncia el espacio geográfico recorrido por los exploradores del XVI y el espacio cósmico calculado por los científicos del XVII.”3

Para Benévolo la experimentación del mundo de manera directa es indistinta en la modernidad a los ámbitos profano y religioso, la objetividad científica y la precisión del arte se hermanaron y se convirtieron en pares en la comprensión moderna de ese mundo: “El mundo artístico y el mundo científico, que se separan en los primeros decenios del siglo XVII, formaban antes un mundo único. La perspectiva sirve para unificar, en una trama de referencias geométricas objetivas, los diversos sistemas de representación y de control del ambiente físico utilizando los tratados de óptica de la segunda mitad del siglo XIV, pero generalizándolos y haciéndolos aplicables a la experiencia concreta.”4

Para el final de las guerras religiosas desatadas por el cisma de Occidente, la racionalidad moderna empezaba ya a establecerse poderosa, laica y cada vez menos mística. El neoclasicismo avanzó en su programa de formas y ordenamientos arquitectónicos -con la pasajera aparición de eclecticismos revivalistas-, hasta fundamentar la espacialidad y la manera de proyectar y construir modernas. Esto tocó también a los templos católicos

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Las iglesias cristianas surgidas de los templos reformados llevan la carga racionalista a una funcionalidad casi inédita a los espacios del catolicismo, proclive más a la trascendencia metafísica que al pragmatismo secular, pero en el siglo XX y con el aval del Concilio Vaticano II, la arquitectura católica vivió también su propia reforma arquitectónica alineada con una liturgia más incluyente y contemporánea.

Desde Ronchamp de Le Corbusier y el templo de San Francisco de Asís de Oscar Niemeyer -ambos arquitectos ateos confesos por cierto-, era claro que la modernidad más que hacer mella en la expresividad religiosa católica, le haría más espectacular.

Los templos cristianos son sitios de congregación, de ellos, los templos católicos conservan además el deseo de asombrar o emocionar al visitante. Así los espacios de la liturgia católica poseen la capacidad de unir concepciones opuestas, planteamientos antitéticos, nociones en que el mundo secular va en una dirección y el mundo regular en otra, Los espacios congregacionales de la liturgia católica son parte de un programa constructivo destinado a resolver el arraigo funcional a un techo, por otra parte su manera de plantear su ordenamiento, posee la capacidad de adaptar la devoción de sus ocupantes a la particularidad de su sentir o a la representatividad de su presencia ante una colectividad.


3. Las capillas intramuros

Como parte de una modalidad de culto más privado, las capillas intramuros son versiones de los templos mayores que no sólo conllevan la reducción de sus dimensiones o la parcial clausura de su acceso o disponibilidad. Las capillas intramuros son recintos donde la intimidad introspectiva puede materializarse de modo casi privado conservando al mismo tiempo la posibilidad de servir de punto de convergencia a un colectivo mayor.

Conventos y monasterios fueron los primeros conjuntos religiosos en clausurarse al mundo secular, los espacios litúrgicos no eran solo capillas ideadas y construidas como tales, el refectorio, la sala de profundis y muchas otras dependencias, eran sitios de devoción o del ejercicio litúrgico, observando los hábitos de anacoretas y ermitaños del Medio Oriente. Una vez impuesta la regla los espacios litúrgicos fueron adaptando su programa constructivo a las necesidades de un rito cada vez más sofisticado.

Aun así las capillas intramuros fueron convirtiéndose al paso de los años en sitios que por su cercanía y familiaridad con los ocupantes o visitantes del conjunto podían paradójicamente ser más accesibles a una necesidad más privada de devoción. El lugar se convierte en protagonista y de acuerdo a la concepción de ese sitio ahora poseedor de la pátina sacra, se contagia del misticismo de su consagración. Aun así la “…teoría aristotélica del «lugar» pone fin, en el siglo IV, a la especulación de la filosofía presocrática sobre el infinito y sobre sus posibles representaciones, y define el espacio como uno de los accidentes de los objetos concretos: no es un receptáculo donde están los cuerpos, sino una propiedad de los cuerpos. El cosmos es el ensamblaje de los lugares ocupados por los cuerpos, y no existe por sí mismo, sino que depende de los cuerpos.”5

Esa concepción de la corporeidad y su relación con su entorno promueve una noción que “…permite a la Cristiandad imaginar un universo limitado, contenido en algo que no es un espacio físico, sino el Empíreo donde está el Padre Eterno con sus santos.”6

De conventos y monasterios, escuelas, hospitales, hospicios y casas particulares han sido sitios en que establecer estos recintos, como una especie de reminiscencia de los altares domésticos romanos dedicados a penates, lares y manes, las capillas intramuros reúnen en su constitución la grandeza y pompa del rito católico, pero llevado a una circunstancia de cotidianidad a una escala más cercana a la doméstica.


4. Salud y religiosidad

En el sistema hospitalario occidental, fueron las congregaciones religiosas las primeras en brindar un servicio de asistencia médica dedicado a atender contingentes amplios de usuarios. Parte de las organizaciones diocesana y del clero regular atendieron las condiciones médicas de los núcleos de población o de los grupos humanos en movimiento tales como peregrinos y viajeros a través de establecimientos que se fueron especializando, adjuntos a monasterios, abadías y que en sus casos se agregaron a la administración de los conjuntos eclesiásticos.

De las mismas órdenes religiosas, algunas fueron especializándose también, como los clérigos regulares, en el socorro de los enfermos o poblaciones en riesgo. Vocación humanitaria acompañada a la vocación religiosa, binomio vocacional que se instituyó en la Edad Media de modo natural.

La manera de posicionarse en el territorio de los hospitales es por tanto crucial para el arraigo y funcionamiento de este tipo de sistema arquitectónico asistencia, como lo menciona León Paniagua: “La relación entre hospital y territorio ha sido bien analizada históricamente. Se ha modificado desde el tiempo en que el hospital se entendía como una ciudad sanitaria –es decir, un conjunto autosuficiente que podía funcionar aparte de la ciudad real- hasta hoy, cuando la actividad propiamente sanitaria se conserva en el hospital, mientras la ciudad absorbe las funciones de apoyo a aquella.”7

En el caso de la clínica Guadalupe que alberga su poliédrica capilla, la «ciudad sanitaria»” a la que alude Paniagua, es una extensión de la clausura a que las religiosas que lo administran están impuestas. La capilla por tanto adquiere un significado especial, toda vez que no es solamente un espacio accesorio, parte del equipamiento del conjunto, sino por el contrario, un edificio con características y modos de empleo autónomos, que no obstante estar situado de manera adjunta al resto del complejo arquitectónico, posee una centralidad simbólica que le otorga formas y disposición diferentes, incluso preferentes, a las del resto de la edificación.

Los hospitales actuales son centros de especialidades cada vez más sofisticados y complejos, ante ello, donde la novedad va dejando atrás modelos apenas emprendidos dejándolos obsoletos, la Clínica Guadalupe apostó en la década de los sesenta del siglo pasado por un espacio moderno a la vez como su espacio estandarte, dedicado por supuesto a la patrona que bautiza a todo el conjunto, haciendo eco a la idea de Paniagua nuevamente que hablando de la arquitectura hospitalaria contemporánea, como “…arte de lo necesario para hoy, funcional, y el de lo posible mañana, por encima de la función, parece que la incertidumbre impone a la arquitectura el principio de claridad. Tal vez lo que se reclama estaba, desde siempre, en la esencia de la arquitectura: el rigor, múltiple pero único, de la geometría.”8

5. Capilla poliédrica de la Clínica de Guadalupe

El rigor de la geometría en la arquitectura moderna configura la forma poliédrica de la capilla de la Clínica Guadalupe. Geometría básica, de comprensión rápida y lectura inequívoca: es un recinto religioso por sus dimensiones, escala, proporción y pureza compositiva.

En ese orden conceptual, sigue la línea de los primeros espacios cristianos: “Diríase que la basílica paleocristiana es un gran collage hecho con fragmentos de la arquitectura antigua, que dejan ver todas las uniones; considérese como paredes y techumbre se cortan en forma brusca a lo largo de las aristas del vano, sin ninguna preparación de junturas, y como las hileras trazadas sobre una pared se interrumpen de una forma brusca, una vez que alcanzan las paredes contiguas.”9

En el caso de la capilla contemporánea, acero y concreto han sustituido a la fábrica de piedra por lo que la talla y los diferentes elementos de la edificación lapidaria son accesorios, por lo que la simplicidad de formas en la capilla intramuros, es más que un rasgo de ingenuidad o inmadurez estilística, una declaración de principios, lo mismo litúrgicos siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, que formales constructivos, continuando con la experimentación de la Escuela Moderna de arquitectura.

Espacio de introspección, privado y público, accesible pero a la vez clausurado parcialmente, de raigambre antigua precristiana que en algorecuerda a la veneración de lares, penates y lares y a la vez dedicada a la devoción inequívocamente católica de la Virgen, la capilla poliédrica sigue en la línea de los arcaicos templos paleocristianos, llenos de vida y cercanos a la muerte pero que “…tienen un significado programático que va mucho más allá del resultado inmediato, aun tan sugerente; fijan definitivamente la orientación fundamental de la arquitectura cristiana y establecen las premisas de la arquitectura europea, que parte de aquí hacia un ciclo de experiencias totalmente nuevo.”10

En sus formas geométricas con base en triángulos y trapecios se relaciona con los edificios religiosos contemporáneos que han cobrado vida para permanecer en el mundo católico actual, como continuidad -a pesar de la ruptura que supuso la contemporaneidad industrial- en una genealogía intelectual que proviene desde tiempos precristianos, y nutriéndose de la liturgia y la historia cristiana, llegan como partícipes de la convergencia comunitaria a pesar de su permanencia dentro de un conjunto mayor.

La capilla posee un esquema simple lineal, es una nave sin transepto, si bien se forman bajo su sección trapezoidal dos deambulatorios laterales de escala más baja que hacen las veces de las naves laterales de una basílica, sin funcionar el espacio como tal pero estableciéndose una relación espacial y visual similar. Sus elementos portantes que son unos planos agudos que se pliegan y llegan al suelo en un solo punto, van zigzagueando como un fuelle que configura a través de pliegues también su cubierta, ese movimiento cuyo barroco efecto óptico es empero, totalmente moderno.

La capilla representa un momento en la historia de la arquitectura de Aguascalientes, México, que no obstante la idiosincrasia conservadora de su sociedad, permitió a través de la tradición más conservadora, la construcción de templos, experimentar con formas y procesos de diseño y construcción, comprometidos con la contemporaneidad.

Epilogo

Tema antiguo e introspectivo dentro de la devoción católica, las capillas intramuros son espacios de experimentación constructiva y formal, sujetas menos al canon arquitectónico merced a su carácter de privado, más alejado de la representación comunitaria o masiva de los grandes espacios de culto

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Por esa situación, ese tipo de capilla es una ocasión para ensayar soluciones, formas y disposiciones con más compromiso al empirismo que a la sujeción a la norma. Dado que el Movimiento Moderno en arquitectura fue - sus seguidores aún lo son- una vertiente de la intelectualidad y de la técnica contemporáneos, las capillas como la de la Clínica Guadalupe en Aguascalientes, México, es parte de acervo construido en que a la par del fenómeno religioso, puede acudirse a lo arquitectónico de igual manera como un espacio apto para practicar composiciones en su momento atrevidas y que no obstante su accesibilidad limitada, pueden considerarse parte fundamental de la decantación y consolidación de una nueva tradición, pero ahora, de corte moderno, incluso rupturista hasta cierto punto, respecto a los tiempos pasados. “El espíritu científico interrumpió la continuidad de la tradición clásica y descompuso el problema arquitectónico en sus componentes abstractos; pero también hizo posible la búsqueda meditada de una nueva orientación y de un nuevo método, capaz de restablecer la integridad de la experiencia arquitectónica y del ambiente de la ciudad moderna.” Lo anterior, esbozado ya algunas décadas atrás, sigue prevaleciendo hasta nuestros días.

La capilla poliédrica es un reflejo del optimismo que surge del intento por constituir un espacio que una la tradición ancestral de las religiones con la experimentación en esencia laica de la racionalidad moderna contemporánea. El resultado es parte de los acervos patrimoniales de los espacios de devoción y a la vez del catálogo de edificios modernos contemporáneos.


1. Wheeler, Mortimer, El arte y la arquitectura de Roma. Ediciones Destino Thames and Hudson, Barcelona, 1995, pp. 92-93.
2. Benévolo, Leonardo, La captura del infinito. Celeste Ediciones, Madrid, 1994, p. 13
3. Ibídem
4. Ibíd.
5. Ibíd., p. 15.
6. Ibíd.
7. Paniagua, José León. “La arquitectura de la medicina”. en Salud Nacional, A&V Monografías de Arquitectura y Vivienda, No. 49, Madrid, septiembre-octubre 1994, p. 3.
8. Ibídem, p. 4.
9. Benévolo, Leonardo. Introducción a la Arquitectura. Celeste Ediciones, Madrid, 1994, p. 86.
10. Ibídem

Bibliografía
Benévolo, Leonardo, La captura del infinito. Celeste Ediciones, Madrid, 1994.
__________, Introducción a la Arquitectura. Celeste Ediciones, Madrid, 1994.
Paniagua, José León. “La arquitectura de la medicina”. en Salud Nacional, A&V Monografías de Arquitectura y Vivienda, No. 49, Madrid, septiembre-octubre 1994.
Wheeler, Mortimer, El arte y la arquitectura de Roma. Ediciones Destino Thames and Hudson, Barcelona, 1995.

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