Diez, nueve, ocho, siete… escucha en la membrana la cuenta regresiva y no desea recordar cuántas veces ha hecho este viaje; pero no tiene otra opción, su condición distinta la hace ser la única apta para realizarlo.
Nunca hubiera imaginado lo incómodo que es ser excepcional. Recuerda los eventos que la hicieron llegar a este momento y se clava en su pensamiento una pregunta: ¿cómo es que aún se pueden autodenominar seres humanos si ya casi no hay en ellos nada de lo que designaba este concepto? Y es que desde “La Catástrofe” ya casi ninguna definición se puede aplicar a nada, los asertos sólo son descripciones y la imaginación hace el resto para los nuevos seres.
Es para ella un misterio haber sobrevivido… todo fue tan súbito, todo tan caótico, tan desolador. Después de el suceso deseó morir… siempre quiso morir joven: la aterrorizaban los síntomas de la vejez, sus incapacidades… ese declinar. Es la única sobreviviente de la antigua raza humana, he ahí su excepcionalidad, los nuevos ¿seres humanos? son distintos a ella.
Resuena en su mente su primera gran inquietud, aquella que la sigue acompañando: ¿hay un destino? Recuerda un antiquísimo libro que afirma que hay un libro de la vida en el cual todo está escrito: el pasado, el presente y el futuro están dichos. Aún existe un ejemplar de él en la única biblioteca de La Colonia, pero no cualquiera lo puede tocar, ni a éste ni a los ciento ochenta y dos volúmenes que fueron apareciendo aquí y allá después de el suceso. Otro de los volúmenes, Hijos de la media noche, también habla del destino. Se ha cuestionado muchas veces cómo fue que, justo este libro, leído y releído por ella cuando la vida era de otra manera, perdurara al holocausto, lo resistiera… ¿existiría el destino?
Sólo ella, de los sesenta y ocho Tutores que habitan La Colonia tiene acceso a un extraño libro, El libro de arena, ha intentado leerlo pero no puede comprenderlo, está escrito en su primer idioma: el segundo es una Torre de Babel –nadie, excepto ella, entiende esta referencia-, una mezcla de los muchos que existían antes de que casi todo acabara. A pesar de estar escrito en español, no lo entiende; jamás, cuando el mundo fue como sólo ella lo conoció, escuchó hablar de él. Es la Tutora sesenta y nueve. Su estómago registra una sensación cada vez que piensa en este número; no sabe por qué, intuye que fue algo importante en su primera forma de vivir… pero es sólo una intuición.
El segundo idioma únicamente se habla, no posee una referencia escrita: no tiene caso, nadie sabe leer ni conoce algún alfabeto, las nuevas generaciones exclusivamente conocen los números: todos son números. Ya no se dirigen a ella por su referencia numérica, que fue uno; un Tutor que ya no existe, en un tiempo pasado, le había comenzado a llamar Mona Lisa, alguien, no ella, lo había cuestionado al respecto; nadie entendió su explicación.
En La Colonia la ciencia se practica solo para lo absolutamente necesario: aquello que garantice la supervivencia. Después de La Catástrofe, provocada por un desastroso proyecto científico, meramente se aplica para la producción de la sustancia de la que se alimentan y la producción de oxígeno que ella necesita para sobrevivir; incluso el combustible de la nave no se produce en La Colonia, por ello sus viajes a lo que fue la tierra, en donde un grupo de quince seres, que mueren en lapsos de tres meses y a los que ella va remplazando trayendo de La Colonia nuevos trabajadores, rescatan restos de materia, contaminada, que sirve de carburante a la nave, sin la cual La Colonia no podría existir, pues otra de sus misiones es proveer de una rara mucosa que produce un asteroide cercano a La Colonia y cuya descomposición, una vez sacada de su ambiente por un brazo robótico accionado desde la nave, origina un gas que tiene el efecto que antaño tuvo el oxígeno -compuesto ya inexistente en el ambiente- y que se ha convertido en lo que respiran los nuevos seres.
Los nuevos seres, descendientes de los humanos que quedaron vivos, ya en muy pocas cosas se parecen a sus ancestros: respiran y se alimentan de algo diferente; no saben leer ni escribir; no conocen los colores, los animales ni las plantas; no entienden qué es llorar; no distinguen entre la alegría y el dolor. Muy en contra de lo que ella opinó, los Tutores insisten en enseñarles, de manera oral -tal cual ellos lo han aprendido- las tradiciones, costumbres y la historia de lo que fue por medio de la descripción de las imágenes de lo que ellos solo pueden ver en los libros. Una cosa ella sigue sin entender: el absurdo empeño de la reproducción. Siempre, en el pasado, le sorprendió la necesidad humana de perpetuarse, ahora la exasperaba más que cualquier otra cosa. Los nuevos seres persisten en esta práctica.
Observa el espacio, oscuro, yermo. No se siente incómoda en él, la mayor parte de su vida, la pasada y la presente, la ha atraído la soledad. Rememora una fotografía: ella y Pato sentados, siendo niños, en una cerca de piedras, sonriendo, en alguno de aquellos paseos a los que los llevaba su padre. Extraña la agradable sensación y el sonido de las risas; los ladridos de Lola; ver barruntarse las nubes en el cielo; el viento -preámbulo de la lluvia-; el olor de la tierra mojada y de la niebla; los abrazos -los de su madre… y otros tantos-; el sabor de los higos y del agua.
Todo es exclusivo, nadie de los que están vivos lo ha experimentado o sentido. Solo ella tiene y conoce las emociones. Aun la invade la tristeza, la añoranza, el terror… el terror. Jamás sintió terror como saberse viva después de el suceso. Deseaba deshacerse de la sensación que le provocaba rememorar la búsqueda a la que se dedicó después de que -no sabía por cuánto tiempo, tal vez semanas- se pudo levantar, maltrecha, de aquellos escombros. Después, se dedicó a caminar, buscando… buscando… buscando… desesperada, angustiada, a sus seres amados… nadie, ni rastros. Jamás, a raíz de ese tiempo, le había sido posible sonreír.
Caminó, sin poder orientarse, durante mucho tiempo, hasta que se encontró con otras personas. Nadie sabía o comprendía lo que pasaba. Vio morir a muchos. Caminar, escudriñar, tratar de entender. Inesperadamente, el grupo de ocho personas se topó con el mar. Estaba cubierto de todo tipo de restos y criaturas muertas. Ya no supieron a dónde dirigirse, buscaron un sitio para refugiarse, y cesó la marcha.
Los efectos de la explosión destruyeron el hemisferio sur terráqueo. Supo después que el suceso había tenido lugar en la Antártica. El Proyecto Helio 3 consistió en la explotación de este elemento en la luna. Durante algunos años, Estados Unidos, Rusia y China extrajeron helio 3 del satélite de la tierra para la producción de energía que, se suponía, supliría a los hidrocarburos naturales, ya en vías de extinción. Se descubrió que también podía producir energía nuclear. La manipulación del helio 3 salió de control. La explosión provocó innumerables sismos. Las consecuencias de estos casi acabaron con el planeta. A ciencia cierta, se desconoce aún a quién adjudicarle la responsabilidad. Incluso hubo rumores de que Francia, Arabia Saudita e Irán tenían sus propios experimentos nucleares. En realidad, nadie lo sabe. La mitad de la tierra no existía. La nube tóxica cubrió al mundo.
Después de bastante tiempo, los cinco avistaron un barco. Durante días la nave no se movió. Luego, vieron venir de la misma dirección tres embarcaciones más pequeñas: eran enormes lanchas que arribaron a la playa, de ellas se bajaron veinticuatro hombres con extraños atuendos y máscaras, apenas se les distinguían los ojos. Envolvieron a cada uno de los cinco en una especie de manta y los subieron, en peso, a las embarcaciones. Los llevaron al barco anclado en el horizonte… era descomunal, de guerra. Mediante unas plataformas subieron las tres embarcaciones al barco. Eran rusos.
Meses aislados, ya únicamente dos. Trajeron traductores para interrogarlos. ¿Cómo habían hecho para sobrevivir? Fue la primera pregunta de las incontables que les hicieron. No recordaba el rostro de dos cuando le informaron que había muerto; siempre cabizbaja, nunca lo miró durante todo el tiempo que duraron juntos, acompañándose; casi nunca cruzaron palabra. Durante años, vivió recluida en el complejo militar a donde la habían llevado después de ser rescatada. Las preguntas necesitaban respuestas, así que fue sometida a todo tipo de pruebas y exámenes físicos y psicológicos.
Después del estupor, el pánico y la emergencia de el suceso, se comenzaron a investigar los hechos y sus consecuencias. Una de tantas exploraciones en el planeta era la que la había rescatado. Supo después que los enormes barcos rusos, a la par que los de otros países habían hecho expediciones y recorrido en lo posible el hemisferio sur. Sólo encontraron a cinco.
La salvó su soledad… ¿o su destino?
Contrariamente a lo que imaginó, el interés que despertaba no cesó. Muy a su pesar, seguía siendo objeto de la curiosidad y la extrañeza de todos. Las generaciones de hombres pasaban y se renovaban y ella seguía igual. Se desconocía la razón de su condición. Durante los primeros años en el complejo militar, cuando comenzaron a darse cuenta que ella parecía inmune a todo: la radiación, el hambre, las enfermedades, la vejez, ella se ofreció a ser objeto de experimentación… albergaba en su ser un secreto deseo de morir, deseaba una catástrofe científica para sí. Nada sucedió. Viendo que no reaccionaba negativamente a las pruebas, las aplicaban a los demás humanos, lo que provocó muchas sorpresas negativas: malformaciones físicas y genéticas, enfermedades desconocidas intratables, desajustes emocionales calamitosos, condiciones físicas inesperadas, muerte.
Poco más de doce mil seres humanos, concentrados en un área de 737 mil 700 kilómetros cuadrados llamada Chukotka, en el extremo noreste del territorio ruso, cuya costa es el mar de Bering. El lugar era un importante centro de investigación científica del cambio climático -que para ese momento ya era un problema del planeta- y de la explotación de petróleo, gas natural, carbón, oro y tungsteno. ¿Otra vez el destino? Chukotka había sido elegido para establecerse no por sus características científicas, tecnológicas y sus recursos naturales, sino por estar en el extremo opuesto del sitio en que había tenido efecto la explosión, todas sus demás características fueron providenciales. El proyecto espacial también.
Los rusos habían sido pioneros de los viajes espaciales –pensó en Laika-, ahora que el planeta se estaba volviendo inhabitable el proyecto sideral se convirtió en una prioridad, cuando se lo informaron para pedirle su opinión no pensó más de una vez su respuesta. Cuestionó todo el proceso, estuvo atenta y presente en los lanzamientos de prueba, incluso se ofreció para tripular uno de éstos, cuya misión era calcular el tiempo de sobrevivencia de los humanos en el espacio: se negaron. No era apta por dos poderosas razones, la primera, porque sus reacciones físicas y mentales no eran comunes, por lo que su sobrevivencia no garantizaba la de los demás, la segunda, porque era el punto de referencia de la humanidad… ya se comenzaba a vislumbrar el futuro.
El tiempo transcurría: la población fue decreciendo; los poquísimos recursos naturales que habían quedado, agotándose; el planeta pudriéndose. Cuando comenzaron los síntomas de las nuevas generaciones nadie se sorprendió: los infantes tenían un comportamiento sereno y apagado que chocaba con la idea que se tenía de un niño; alrededor de los once años eran casi autómatas; antes de los veinte, llegaba la muerte; tenían una incapacidad para digerir los alimentos que orilló a alimentarse de una especie de papilla insípida e inodora; se les debían dar órdenes precisas, estaban incapacitados para tomar decisiones propias; su tez era tan blanca que no soportaban el poco sol que llegaba al planeta; tal vez debido a la estricta rutina, se les dificultaba memorizar casi cualquier cosa, de ahí la imposibilidad de aprender a leer y escribir, y las sensaciones emocionales desaparecieron.
Nunca recorrió Chukotka, jamás le permitieron relacionarse con nadie además de alrededor de seiscientos científicos y militares que habitaban el complejo. Lo que ocurría fuera de éste únicamente le era informado. Era puesta al tanto de todo, le pedían su opinión y le fue asignada una misión, la que ella decía que sabía hacer: enseñar, transmitir sus experiencias y conocimientos. Se buscó entre la población un hablante de cada lengua o a alguien que dominara varias -se encontró a un profesor de griego-; se sentaba en una habitación de paredes de vidrio, aislada; del otro lado sentaban a la persona que le enseñaba, mediante ilustraciones o mímica, el vocabulario del dialecto en cuestión; se sorprendió de lo fácil que le resultaba retener. En aproximadamente tres años conoció y dominó trece idiomas. Se dedicó a leer los textos rescatados, resguardados en una habitación del complejo. Cuando en el complejo surgía alguna duda se recurría a ella, recordaba con exactitud la página y el texto de la información requerida. Aún así, los ciento ochenta y dos libros no eran suficientes, entonces, El Consejo, como se designaba a los habitantes del complejo, se reunía a discutir las posibles soluciones a las cuestiones.
El Consejo decidió, cuando la ocasión lo ameritó, comenzar a construir La Colonia. El proyecto de esta había comenzado cuando el domo construido sobre Chukotka empezó a degenerar debido a los restos de radiación, los rayos ultravioleta y la descomposición de todo lo orgánico del planeta. Los viajes al espacio fueron entonces cosa cotidiana; el tungsteno, elemento químico mineral cuyas propiedades de resistencia y liviandad eran bien conocidas, fue empleado para construir las piezas de la nave que se ensambló en el espacio.
Mientras esto sucedía, se eligieron de entre la población más joven sesenta y ocho aprendices. De la misma forma como aprendió los idiomas, enseñó: siempre tras el cristal. Les narraba la historia de la humanidad, su organización social, las formas en que se relacionaban entre sí y con lo que los rodeaba, sus creencias y temores; mostraba las láminas de los libros y contaba la historia del mundo que ellos veían a través del domo, se azoraban al imaginar cómo había sido. Una vez que conocían generalidades, los Tutores las enseñaban al grueso de la población.
Cuando llegó el momento, dio inicio el éxodo. ‘El momento’ fue un desastre demográfico. Repentinamente, la población de Chukotka empezó a morir, se comenzaron a registrar miles de decesos por día. Ante el pánico, El Consejo ordenó una serie de necropsias, al azar, en el territorio. Los resultados dejaron atónitos a los habitantes del complejo: parecía que la muerte se debía a cambios fisiológicos que no habían sido detectados ni informados. El pánico dio paso a la alarma, las causas de tan radicales cambios comenzaron a ser investigadas. ¿Cómo habían pasado desapercibidos? ¿Qué los provocó? ¿Cuáles serían las consecuencias aún no conocidas? No había forma de declarar una cuarentena, no se conocía la forma de revertir los cambios ni tratamiento médico alguno que los detuviera. Algunos de los habitantes del complejo también estaban sufriendo las mutaciones. Se optó por dejar que el proceso de asimilación del cambio se diera de manera natural: sobrevivirían los más fuertes y aptos. Durante los meses de espera, se ordenó llevar los cadáveres fuera del domo e incinerarlos. A pesar de que ella no presentaba síntomas y los rastreos de las resonancias eran negativos, nuevamente la aislaron.
Salió de su aislamiento cuando El Consejo pensó que el peligro había pasado, para ese entonces, La Colonia había sido terminada. El proyecto inicial consideró a los habitantes que había en el momento, ahora que la población estaba disminuida considerablemente, resultaba inmensa. Se ordenó a la población reproducirse. Cuatro mil trescientos individuos, contando al Consejo, reducido a ciento cincuenta y dos, incluyéndola.
Una vez en La Colonia y a pesar de que las mujeres estaban constantemente fecundadas, la población no aumentaba; muy al contrario, seguía menguando: sólo el setenta por ciento de las mujeres sobrevivía al embarazo y nueve de diez bebés morían al nacer o en el transcurso de unas cuantas semanas: las malformaciones eran horrendas, por lo que se decidió sacrificar a los bebés; los nonatos eran incapaces de alimentarse de la madre y morían en el vientre, lo que ocasionaba que en unas cuantas horas provocaran también la muerte de la madre. Parecía que el proceso de adaptación no terminaba aún. La prioridad fue entonces garantizar la sobrevivencia de los dos mil quince individuos.
Todavía no vislumbraba La Colonia en la lejanía. Miró su antiguo mundo. Desde el espacio veía un planeta de tonos anaranjados; lo que antes era mar y se apreciaba azul, ahora tenía inflexiones grisáceas y estaba sumamente disminuido en sus proporciones originales; lo rodeaba una bruma verdosa, vestigio eterno de radiación. Vinieron a su mente los recuerdos de delfines en un hermoso mar, de las formas caprichosas que forman las parvadas de pájaros al volar al atardecer, de largas caminatas en las que el viento enfría la cara, de una lluvia torrencial por una carretera sinuosa, de un enorme lago rodeado de piedras en forma de hongo, de Lola corriendo entre los árboles de un bosque que parecía no tener fin.
La mañana era hermosa y decidió ir a caminar, la niebla era tan baja que casi le tocaba la cabeza; llegó, sin proponérselo, a una construcción de piedra llamada eremitorio, Lola entró, entusiasmada, tras ella y husmeó por aquí y por allá; ya había estado ahí otras veces pero ahora le parecía distinto, escudriñaba el lugar queriendo que su mente definiera que había de más o de menos que lo hacía ver diferente… luego Lola corrió, asustada, las orejas gachas, hacia afuera, sintió un temblor en los pies, los muebles de piedra del eremitorio crujían con un ruido espantoso, no veía a Lola, intentó gritarle pero todo se oscureció… y sintió el golpe.
Nunca, en su primera forma de vida, pensó mucho en el futuro; tenía la sensación de que las cosas que deben pasar pasarán a pesar de lo que se tenga planeado. ¿Acaso todo esto debía suceder? Cuando le planteó al Consejo que se dejara en paz a la nueva humanidad, que bastaba de buscar respuestas, que se debían conformar con lo que se era ahora, fue porque ella misma estaba harta de esta infructuosa búsqueda, quería encontrar en su cabeza un nuevo paradigma desde el cual explicar lo que sucedía, pero su mente llegaba siempre a la misma conclusión: nada tenía sentido. ¿Acaso todo es caótico y azaroso? ¿Había sobrevivido por casualidad? ¿Era eterna? El enorme espacio que surcaba ¿era infinito?
Nunca la abandonó su curiosidad, sin embargo, su interés no tenía que ver con una idea de prórroga de la vida que existía; la vida… le fastidiaba en gran medida saber que La Colonia dependía de ella para sobrevivir.
Una idea cruzó por su mente. Imaginó que sonreía. Todos los recuerdos de su vida se agolparon en su pecho, sintió alegría y dolor a la vez. Había algo en sus ojos… ¿lágrimas?
Vio en el horizonte La Colonia, los rayos del Sol daban al inmenso navío sideral un aspecto tornasolado; siempre la sorprendió la capacidad humana de inventar cosas, de crear. La miró por largo rato… luego giró.
Las posiciones de la Tierra, La Colonia y la nave formaron un triángulo en el inmenso espacio.